viernes, 2 de marzo de 2007

El Flaco.- [la bengala perdida]

Tu jeep no arranca más,
ni siquiera un milagro te haría salir,
del barro no volverá.
Adentro queda un cuerpo,
la bengala perdida se le posó,
allí donde se dice gol.
Dejaron todo bajo el vendaval
y huyendo del lodo no se supo más,
bajo la lluvia el chasis se pudrió
y allí tambien la criatura de Dios.
Después volvió el amor,
al llegar un verano él se enamoró,
tuvieron un lindo gordi.
Bajo la herencia la inmortalidad,
cultura y poder son esta porno bajón,
por un color, sólo por un color,
no somos tan malos ya la cancha estalla en nada
Sin darme cuenta voy cayendo en cruz hacia el cenit,
el cielo ya no tiene mis pies.
Y la espiral que me habrá de llevar no es mejor
que todas esas vueltas que dí,
buscando un amanecer,
buscando un amanecer,
buscando un amanecer.
No hay una cuestión que no conduzca al mar,
tan solo asi de noche puede uno descansar.
Dios de probeta de piadosa luz de corderoy,
Tití portando un dulce Exocet,
que busca de piel en piel,
que busca de piel en piel,
que busca de piel en piel.
De las tribunas se puede regresar,
tan solo hace falta ser de masa gris.
Las aguas tienen un recurso más,
moviendo las olas ya no hay realidad,
ondas en aire.
Un tibio día se precipitó hasta aquí,
aquí donde no hay nada que hacer.
Y la mujer que sabe el devenir porque ve
mirando con el ojo del sur,
el ojo que mira al magma,
el ojo que mira al magma,
el ojo que mira al magma.
Inutilmente no se vuelve aquí y es que algo habrá
el cielo sólo quiere jugar.
No quiero un valle de catacumbas nunca más,
no quiero que me llenen de sal,
jugando hasta no poder,
jugando hasta no poder,
jugando hasta no poder.
Bajo la herencia la inmortalidad,
cultura y poder son esta porno bajón,
por un color, sólo por un color,
no somos tan malos todo va a estallar,
ondas en aire,
ondas en aire,
ondas en aire.

Aprender es como remar contra la corriente: si no se avanza, se retrocede

" (...) la vida de todo organismo depende de que interprete correctamente la realidad en que vive, pero que en el caso humano la evolución nos hiperdesarrolló esa cualidad de interpretar, como si se tratara de la trompa del elefante y el cuello de la jirafa. Somos tan dependientes del conocer, que lo incógnito simplemente nos aterra. Para mitigar la angustia ante lo desconocido (por ejemplo de qué nos espera más allá de la muerte), los antiguos suponían tres cosas: en primer lugar, que Dios sí lo sabía, y en segundo, que había conductas y ritos para poner a Dios de nuestro lado y, por último, que Dios sólo revelaba sus conocimientos a unos poquísimos elegidos. Análogamente, los artesanos guardaban sus secretos para producir vidrio rojo para los vitreaux de las catedrales, queso y vino de su región, pinturas de colores, y sólo en su lecho de muerte los revelaban a su primogénito. El pequeño bagaje de conocimientos que tienen maestros, cerrajeros, electricistas, tenedores de libros y traductores les basta para ganarse la vida. Las formas empresariales de aquellos secretos se llaman patentes, y el conjunto de técnicos, empresas y países que los poseen se denomina “Primer Mundo”.
" (...) hay un conocimiento más fundamental para nosotros que el que nos permite ganarnos la vida, enriquecernos y vencer en la guerra; me refiero al conocimiento de nosotros mismos, a nuestra identidad. Es tan esencial que aparece ya en especies muy anteriores a la nuestra. Los pacientes de un viejo médico de pueblo cordobés, padre de un amigo mío, además de pagarle los correspondientes honorarios le regalaban una yunta de gallinas, un lechón, miel, un rebenque. Cierto día recibió un frasco de perfume, quizás el primero que poseía en su vida. No sabiendo qué hacer con él, en un rapto humorístico se lo frotó al perro. Tras olfatearse desesperadamente, el animal se desconoció, se puso a aullar aterrado, a revolcarse por el suelo y hasta se arrojó entre matorrales y, por lo menos hasta que no lo bañaron, anduvo literalmente sin identidad, enajenado"
Un sueco de veinticinco años que pierda un brazo sabe que su sociedad lo cuidará por el resto de su vida con seguros y prestaciones sociales. En cambio un obrero, un campesino del Tercer Mundo, depende de tener diez hijos: dos sirvientas, dos policías, dos albañiles, dos vendedores callejeros, dos... El hacinamiento, junto con los flujos masivos de personas, hace que cualquier epidemia se convierta en pandemia. Los tercermundistas arriesgan a que se los mate en el intento de penetrar en el Primer Mundo en busca de trabajo y se consideran dichosos cuando así y todo se los conchaba en condiciones humillantes. Pero hoy ni siquiera las metrópolis son seguras. Mantener al Tercer Mundo en la ignorancia ha resultado una estrategia letal pues hoy, para bien o para mal, toda la humanidad está en el mismo bote."
Fragmentos de la Nota que publicó Marcelino Coreijido el Domingo 25 de febrero de 2007 en el suplemento Radar de Página/12