viernes, 2 de marzo de 2007

Aprender es como remar contra la corriente: si no se avanza, se retrocede

" (...) la vida de todo organismo depende de que interprete correctamente la realidad en que vive, pero que en el caso humano la evolución nos hiperdesarrolló esa cualidad de interpretar, como si se tratara de la trompa del elefante y el cuello de la jirafa. Somos tan dependientes del conocer, que lo incógnito simplemente nos aterra. Para mitigar la angustia ante lo desconocido (por ejemplo de qué nos espera más allá de la muerte), los antiguos suponían tres cosas: en primer lugar, que Dios sí lo sabía, y en segundo, que había conductas y ritos para poner a Dios de nuestro lado y, por último, que Dios sólo revelaba sus conocimientos a unos poquísimos elegidos. Análogamente, los artesanos guardaban sus secretos para producir vidrio rojo para los vitreaux de las catedrales, queso y vino de su región, pinturas de colores, y sólo en su lecho de muerte los revelaban a su primogénito. El pequeño bagaje de conocimientos que tienen maestros, cerrajeros, electricistas, tenedores de libros y traductores les basta para ganarse la vida. Las formas empresariales de aquellos secretos se llaman patentes, y el conjunto de técnicos, empresas y países que los poseen se denomina “Primer Mundo”.
" (...) hay un conocimiento más fundamental para nosotros que el que nos permite ganarnos la vida, enriquecernos y vencer en la guerra; me refiero al conocimiento de nosotros mismos, a nuestra identidad. Es tan esencial que aparece ya en especies muy anteriores a la nuestra. Los pacientes de un viejo médico de pueblo cordobés, padre de un amigo mío, además de pagarle los correspondientes honorarios le regalaban una yunta de gallinas, un lechón, miel, un rebenque. Cierto día recibió un frasco de perfume, quizás el primero que poseía en su vida. No sabiendo qué hacer con él, en un rapto humorístico se lo frotó al perro. Tras olfatearse desesperadamente, el animal se desconoció, se puso a aullar aterrado, a revolcarse por el suelo y hasta se arrojó entre matorrales y, por lo menos hasta que no lo bañaron, anduvo literalmente sin identidad, enajenado"
Un sueco de veinticinco años que pierda un brazo sabe que su sociedad lo cuidará por el resto de su vida con seguros y prestaciones sociales. En cambio un obrero, un campesino del Tercer Mundo, depende de tener diez hijos: dos sirvientas, dos policías, dos albañiles, dos vendedores callejeros, dos... El hacinamiento, junto con los flujos masivos de personas, hace que cualquier epidemia se convierta en pandemia. Los tercermundistas arriesgan a que se los mate en el intento de penetrar en el Primer Mundo en busca de trabajo y se consideran dichosos cuando así y todo se los conchaba en condiciones humillantes. Pero hoy ni siquiera las metrópolis son seguras. Mantener al Tercer Mundo en la ignorancia ha resultado una estrategia letal pues hoy, para bien o para mal, toda la humanidad está en el mismo bote."
Fragmentos de la Nota que publicó Marcelino Coreijido el Domingo 25 de febrero de 2007 en el suplemento Radar de Página/12